martes, 21 de junio de 2011

FRANCISCO Y CECILIA

El primer día de clases, la profesora Cecilia, maestra del 5 grado de primaria, les dijo a sus nuevos alumnos que a todos los quería por igual. Pero eso era una mentira, porque en la fila de adelante se encontraba hundido en su asiento Francisco Hernández, a quien la profesora Cecilia conocía desde el año anterior y había observado que él era un niño que no jugaba bien con los otros niños, que sus ropas estaban desaliñadas y constantemente necesitaba un baño. Con el paso del tiempo, la relación entre la profesora y Francisco se volvió desagradable, a tal punto que ella sentía mucho gusto al marcar sus tareas con grandes taches en color rojo y poner una gran "X" en su libreta.
Un día la escuela le pidió a la maestra Cecilia revisar los expedientes anteriores de cada niño de su clase y ella puso el de Francisco hasta el final. Sin embargo, cuando revisó su archivo, se llevó una gran sorpresa. La maestra de primer grado de Francisco escribió: "Francisco es un niño brillante con una sonrisa espontánea. Hace sus deberes limpiamente y tiene muy buenos modales; es un deleite tenerlo cerca".
Su maestra de segundo grado escribió: "Francisco es un excelente alumno, apreciado por sus compañeros pero tiene problemas debido a que su madre tiene una enfermedad incurable y su vida en casa debe ser una constante lucha".
Su maestra de tercer grado escribió: "La muerte de su madre ha sido dura para él. Trató de hacer su máximo esfuerzo pero su padre no muestra mucho interés y su vida en casa le afectará pronto si no se toman algunas acciones".
Su maestra de cuarto grado escribió: "Francisco es descuidado y no muestra mucho interés en la escuela... No tiene muchos amigos y en ocasiones se duerme en clase".
En este momento la maestra Cecilia se dio cuenta del problema y se sintió apenada consigo misma. Se sintió todavía peor cuando al llegar la Navidad, todos los alumnos le llevaron sus regalos envueltos cada uno de ellos en papeles brillantes y preciosos listones, excepto por el de Francisco. Porque su regalo estaba torpemente envuelto en el pesado papel café que tomó de una bolsa del súper. Algunos niños comenzaron a reír cuando ella encontró dentro de ese paquete un brazalete de piedras al que le faltaban algunas y la cuarta parte de un frasco de perfume. Pero ella minimizó las risas de los niños cuando exclamó:
- ¡Que brazalete tan bonito, poniéndoselo y rociando un poco de perfume en su muñeca!
Francisco Hernández se quedó ese día después de clases solo para decir:
- "Maestra Cecilia, hoy usted huele como mi mamá solía hacerlo".
Después de que los niños se fueron, ella lloró por lo menos durante una hora. Desde ese día ella renunció a enseñar solo lectura, escritura y aritmética. En su lugar, ella comenzó a enseñar valores, sentimientos y principios a los niños. La maestra Cecilia le tomó especial atención a Francisco. A medida que trabajaba con él, su mente parecía volver a la vida. Mientras más lo motivaba, más rápido respondía. Al final del año, Francisco se había convertido en uno de los niños más listos de la clase y a pesar de su mentira de que ella quería a todos los niños por igual, Francisco se volvió uno de sus consentidos.
Un año después, ella encontró una nota de Francisco debajo de la puerta del salón, diciéndole que ella era la mejor maestra que había tenido en su vida. Pasaron seis largos años antes de que recibiera otra carta de Francisco. Él entonces le escribió que ya había terminado la preparatoria, había obtenido el tercer lugar en su clase, y que ella todavía era la mejor maestra que había tenido en su vida.
Cuatro años después, recibió otra carta, diciéndole que no importando que en ocasiones las cosas hubieran estado duras, él había permanecido en la escuela y pronto se graduaría en la Universidad con los máximos honores. Y le aseguró a la maestra Cecilia que ella era aún la mejor maestra que él había tenido en toda su vida.
Luego pasaron otros cuatro años, y llegó otra carta. Esta vez le explicó que después de haber recibido su título universitario, él decidió ir un poco más allá. Y le volvió a reiterar que ella era aun la mejor maestra que él había tenido en toda su vida. Sólo que ahora su nombre era más largo y la carta estaba firmada por el Ingeniero Francisco Hernández Coronado.
El tiempo siguió su marcha y en una carta posterior Francisco le decía que había conocido a una chica y que se iba a casar. Le explicó que su padre había muerto hacía 2 años y le preguntó si accedía a sentarse en el lugar que normalmente está reservado para la mamá del novio. Por supuesto que ella accedió. Para el día de la boda ella usó aquel brazalete con varias piedras faltantes y se aseguró de usar el mismo perfume que le recordó a Francisco a su mamá la última Navidad.
Ellos se abrazaron y el Ingeniero Francisco murmuró al oído de la maestra Cecilia:
- "Gracias maestra Cecilia por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y por enseñarme que yo podía hacer la diferencia".
La maestra Cecilia, con lágrimas en sus ojos, le dijo de vuelta diciéndole:
- "Francisco, tú estás equivocado. Tú fuiste el que me enseñó que yo podría hacer la diferencia. No sabía cómo enseñar hasta que te conocí".
Las experiencias que tenemos a lo largo de nuestras vidas, gratas y desagradables, marcan lo que somos en la actualidad, no juzgues mi querido hermano a las personas sin saber que hay detrás de ellas, dales siempre una oportunidad de cambiar tu vida.



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