martes, 21 de junio de 2011

VIVIR AGRADECIDOS

En lo más álgido de la segunda guerra mundial, cuando sobre la ciudad de Londres, llovían las bombas alemanas, uno de los grandes diarios editorializaba de la siguiente manera:
“Hemos sido un pueblo amante del placer, deshonrando el día del Señor, paseando, bañándonos en el mar; ahora las playas han sido abandonadas, no hay días de campo ni baños en el mar. Hemos preferido pasear en automóvil en lugar de ir a la Iglesia; ahora no podemos ni conseguir gasolina. Hemos cerrado nuestros oídos al toque de las campanas que nos llaman al culto, ahora las campanas no pueden tañer, excepto para advertirnos el peligro de la invasión. Hemos dejado los templos vacíos cuando debieron estar llenos de adoradores, ahora se encuentran en ruinas. Hemos desoído el mensaje acerca de los senderos de paz, ahora estamos forzados a escuchar acerca de las incitaciones de la guerra. Hemos negado el dinero para la obra del Señor, ahora tenemos que entregarlo al estado para los gastos que ocasiona la guerra y los altos precios, en todo. El alimento por el cual olvidamos dar gracias a Dios, ahora se nos hace muy difícil obtenerlo. Los servicios que hemos rehusado prestar al Señor, ahora se nos fuerza a prestarlos al esfuerzo de la guerra. La vida que rehusamos poner bajo la dirección de Dios, ahora está bajo el control de la nación”.

En cualquier examen de conciencia nos damos cuenta de lo que podíamos haber hecho y no hicimos. Hemos amado el placer, hemos cerrado los oídos a la voz de Dios, La vida que rehusamos poner bajo el servicio de Dios, está ahora bajo otro señor: la guerra, la muerte. Cuando esto sucede, descubrimos el potencial del bien y del mal que hay dentro del corazón humano.
Rubén Darío nos habló del lobo de Gubia, que Francisco de Asís convirtió en animal manso y dócil. Por obediencia al santo, dejó de dedicarse a matar; pero un día, al ver tanta maldad en la persona humana, se sintió otra vez lobo y volvió a sembrar el miedo y la sangre entre ganados y pastores.
Dentro de nuestras entrañas llevamos una fiera y un ángel. Somos mitad Dios, mitad demonio. Si dejamos que crezca Dios, es decir, el bien, el mal se alejará definitivamente. Es necesario, pues, acoger el llamado de Gandhi, que lo convirtió en su última oración, antes de que las balas le acribillaran.
“Ya te sientas fatigado o no, ¡oh hombre!, no descanses; no ceses en tu lucha solitaria, sigue adelante y no descanses… No pierdas la fe, no descanses… Salta sobre tus dificultades…
El mundo se oscurecerá y tú verterás luz sobre él…
¡Oh hombre!, no descanses procura descanso a los demás”



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