martes, 21 de junio de 2011

¡QUE BUENO! ¡QUE BUENO!

Cuentan que un rey tenía un consejero que ante circunstancias adversas siempre decía: "qué bueno, qué bueno, qué bueno". Un día de cacería, el rey se cortó un dedo del pie y el consejero exclamó: "qué bueno, qué bueno, qué bueno".
El rey, cansado de esta actitud, lo despidió y el consejero respondió: "qué bueno, qué bueno, qué bueno". Tiempo después, el rey fue capturado por otra tribu para sacrificarlo ante su dios. Cuando lo preparaban para el ritual, vieron que le faltaba un dedo del pie y decidieron que no era digno para su divinidad al estar incompleto, dejándolo en libertad.
El rey ahora entendía las palabras del consejero y pensó: "qué bueno que haya perdido el dedo gordo del pie, de lo contrario ya estaría muerto". Mandó llamar a palacio al consejero y le agradeció. Pero antes le preguntó por qué dijo "qué bueno" cuando fue despedido.
El consejero respondió: "si no me hubieses despedido, habría estado contigo y como a ti te habrían rechazado, a mí me hubieran sacrificado".
En el diario caminar podemos estrellarnos contra las paredes cuando las circunstancias son difíciles. Pero hay que tomar una actitud como la del consejero de la historia: positiva y de desapego.
Nada ganamos angustiándonos, preocupándonos y torturándonos con los problemas. Para cualquier dificultad en la vida existe una razón que muchas veces escapa a nuestra perspectiva y no entendemos en el momento. No podemos entender el porqué de todas las paredes del laberinto, a menos que nos elevemos y veamos la figura completa.
¿Por qué es tan difícil enfrentar los problemas con una actitud positiva? Por la distancia entre tú y el problema. Imagínate que vas en patines y remolcado por un auto. Si tienes la cuerda muy corta entre ti y el auto, seguramente no verá con anticipación los baches en la pista y se golpeará.
En cambio, si eres remolcado por un auto con una soga larga, verás los baches y podrás esquivarlos. Lo mismo ocurre en la vida: mientras más distancia tomemos y tengamos más soga entre nosotros y los problemas, podremos tener la libertad para escoger nuestra respuesta y evitar los golpes.
El estrés, el trabajo exagerado, la falta de tiempo para descansar, para la familia y para desarrollar actividades espirituales; en suma, el estar desbalanceado acorta la soga y nos quita libertad para responder. Si llegamos del trabajo con estrés y nuestro hijo comete una travesura,
reaccionamos desproporcionadamente, haciéndole daño a quien más queremos.
Cuando estamos tensos y con sobrecarga de trabajo en la oficina y un colega nos hace una crítica, explotamos. Así creamos un clima laboral contraproducente y afectamos las relaciones interpersonales.
Así que alarga tu soga ante los problemas, balanceando tu vida. Así, la próxima vez que te enfrentes a una dificultad podrás decir como el consejero del rey: "qué bueno, qué bueno, qué bueno".


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