martes, 21 de junio de 2011

TIEMPO AL TIEMPO

“No debemos apresurarnos, no debemos impacientarnos”. La prisa, la ansiedad, la tensión nos incapacitan para vivir el presente en paz y poder gozar de cada acontecimiento; el paisaje y las personas pasan desapercibidos, la mente siempre está ocupada en lo que no está haciendo, sino en lo que va a hacer y como consecuencia surgen sentimientos de insatisfacción, ansiedad, enojo, temor y culpa.
Vivimos en la era de la tensión, de la enfermedad del corazón, de los nervios y de la presión arterial. “Los hombres no mueren de enfermedad, sino de combustión interna” (W. Muldoom) y así se va quemando la alegría, la inocencia y la actividad creadora.
El Royal Bank of Canadá en una de sus cartas comerciales puso este título: “Calmémonos” Y seguía diciendo: “somos víctimas de una creciente tensión; nos es difícil relajarnos. Inmersos en la vorágine diaria no vivimos plenamente. Debemos recordar lo que Carlyle llamó “la supremacía de la calma del espíritu sobre las circunstancias”.
Necesitamos mucha calma, mucha paciencia para respetar el proceso normal de crecimiento de las cosas, animales y personas. El tiempo no se detiene, pero tampoco se debe apresurar. Los minutos van uno detrás del otro y así sucesivamente los días, los meses y los años. Hay que darle tiempo al tiempo, porque todo se debe hacer a su debido tiempo.
“Todo tiene su momento y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su tiempo. Hay tiempo para plantar y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de destruir y tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentarse y tiempo de danzar; tiempo de esparcir las piedras y tiempo de amontonarlas; tiempo de abrazarse y tiempo de separarse; tiempo de buscar y tiempo de perder; tiempo de guardar y tiempo de tirar; tiempo de rasgar y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de aborrecer, tiempo de guerra y tiempo de paz” (Ec. 3.1-8)


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