martes, 21 de junio de 2011

TOCANDO VIDAS

El viejecito ocupaba el menor espacio que podía, no quería ser notado ni quería ser una molestia, su necesidad lo orillaba a esa situación. Había quienes se sentían importunados por esa mano arrugada que se extendía con una muda petición de que se le depositara algo. Y muchas veces lo único que recibió fue una mirada desdeñosa.
Por tener que esperar a una persona, estacioné mi automóvil cerca de él y así fue como tuve la oportunidad de observar, cómo un anciano mendigante tocaba la vida de los demás, de manera sutil y discreta. Llegó junto a él, un niño apretando nerviosamente una pequeña moneda, anticipando la sensación de dar, dándole su única posesión y alejándose juguetonamente. Pasó un apurado padre, que lo usó de ejemplo de cómo se ven los roba chicos, para intimidar inútilmente a su revoltoso vástago.
Llegó una viejecita, quien no sólo le dio una moneda, sino que también le obsequió el calor de unas palabras de comprensión y de ánimo, para que se cuidara del frío que sin misericordia se hacía sentir. Un jubilado, pasó junto a él y en su rostro se leyó un agradecimiento a Dios, por la familia que tenía y por el magro cheque que cada mes recibía. Pasó un policía, que se hizo el desentendido, al ver el temor en los ojos de alguien completamente inofensivo, que le recordó a su viejo, prosiguiendo su camino imperturbable. Pasaron como veinte personas y nadie le prestó atención, sumergidas en sus propias necesidades.
Me bajé del auto y me dirigí a él, me miró con desesperanza, por su mente pasó la eminente expulsión, pensando que yo era el propietario del negocio donde él se refugiaba. ¡Señor! - le dije en voz alta, por si no oía bien, ¡Hace frío y voy al restaurante, me permite que le invite algo? Hizo el intento de negarse a aceptar, pero el frío reinante le dio valor para decidirse... Un café y un pan por favor...
Cuando cumplí su pedido, recibí las gracias más sinceras y conmovedoras que he escuchado, me agradecía el haberlo hecho sentir humano, por esa pequeña atención que había tenido con él. Dejó de sentirse en ese momento, un estorbo, un anciano solitario, un despojo que la sociedad inhumana y fría, esperaba impaciente su desaparición. De repente fue un recuerdo traído a su estado actual y se sintió con vida, joven y viril, útil y amado.
Pero lo que más me impresionó no fue ese cambio, sino la sabiduría de sus ojos. ¡Porque él sabía que por unas monedas, tocaba las vidas, con su triste ejemplo! Como se han de imaginar, la persona que esperaba, ya me estaba aguardando impaciente. ¡Nunca volteó a ver al anciano, y concluí que esa lección, sólo era para mí!


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