martes, 21 de junio de 2011

COMO LAS AGUILAS

Un granjero subió a una montaña y bajó con un huevo de un nido de águilas. Lo puso entre los huevos que incubaba una gallina y, al tiempo que los otros pollitos, nació el pollo de águila. Este aprendió las costumbres de sus compañeros. Andaba por el corral comiendo gusanitos y alguna vez se lanzaba desde un elevado madero hacia el suelo, gritando desaforadamente, como hacían las gallinas. Cierto día vio en el suelo la silueta de un ave que volaba muy alto. ¿Quién es?, preguntó. Y la gallina que tenía al lado le dijo: «Es un águila, que vuela majestuosamente, sin apenas hacer esfuerzo. Pero no la mires más, no la mires, porque nuestra vida no es como la de ella, sino aquí en el corral».
El cuento termina diciendo que aquella águila nunca supo su condición y vivió hasta su muerte como una gallina de corral. Pero también podemos darle otro final: un día, el águila de alguna manera se dio cuenta de sus posibilidades y, después de intentarlo muchas veces, por fin, una tarde, que no olvidaría nunca, logró levantar el vuelo y pudo contemplar otro universo bajo sus alas. Cada vez lo hizo con más seguridad. Llegó un momento en que se dio cuenta de algo muy importante: volar era algo natural en ella. Había nacido para estar en las alturas y no en el gallinero.
Aunque a veces se acordaba, nunca echó de menos el corral. Se alegró inmensamente de no tener que pasar la vida en aquel estrecho recinto «comiendo gusanitos», sino arriba, volando muy alto, por encima de las cumbres.
Nosotros tampoco estamos hechos para el corral, buscando todo el día bichitos para comer, sino para volar en el cielo. Todos hemos sido llamados a esas alturas. El Señor quiere ensanchar nuestro corazón para que sigamos ideales grandes, y parece como si nos dijera al oído: «no vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas». Todos podemos estar arriba, en la amistad con Dios, con la ayuda de la gracia.
El Señor llama a todas las almas a volar alto, a cada una en su condición, en sus circunstancias peculiares. No aspirar a esa unión con Dios sería, en palabras de la Santa de Ávila, ir a ras de tierra, contentarse «con cazar lagartijas», con un ideal de pocos vuelos. «Hay muchas almas que se quedan en la ronda del castillo... y no les importa entrar dentro, ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar, ni quién está dentro».


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