martes, 21 de junio de 2011

ORACION DE EL ALMA

Un pobre campesino que regresaba del mercado a altas horas de la noche descubrió de pronto que no llevaba consigo su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta, y el pobre hombre estaba muy afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus oraciones.
Entonces se le ocurrió orar del siguiente modo: “He cometido una verdadera estupidez, Señor: he salido de casa esta mañana sin mi libro de oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces el alfabeto muy despacio, y tú que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que yo soy incapaz de recordar”.
Y el Señor dijo a sus ángeles: “De todas las oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido, sin duda alguna, la mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero”.
El pobre campesino no tenía mucha memoria para poder recitar oraciones bellas, ni poseía las cualidades necesarias para poder hacerlas; sin embargo, amaba tiernamente a Dios en su corazón. Y desde ese amor y esa sencillez le bastaban las letras del alfabeto para que el mismo Señor formara las distintas oraciones.
María, mujer campesina y sencilla, entendía más de escuchar a Dios que de recitar muchas oraciones. Porque fue pobre, se hizo discípula en la Anunciación, en el Calvario y en Pentecostés. Ella, la primera discípula de su hijo, engendra a Jesús y a la Iglesia convirtiéndose en “la estrella de la evangelización” María no sólo estaba abierta a Dios, sino que escuchaba también las necesidades de la gente de entonces, e intercedía ante Jesús: “No tienen vino” (Jn 2.3). Da gracias al Padre porque “derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada” (Lc 1.52s). María es Madre, y por esto se interesa de las necesidades de sus hijos.
María oraba en silencio, escuchaba, trabajaba y amaba en silencio. Desde su corazón sencillo y pobre, pudo alegrarse y proclamar la grandeza del Señor. Su oración brotaba desde su corazón, desde su vida de entrega a Dios y a los hermanos.


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