martes, 21 de junio de 2011

DASELO A ELLA…

En la inmensa catedral ante un Cristo rodeado de veladoras instalado en el gran altar; me arrodillé dispuesto a Él mis penas contar. Señor... he pecado mucho de palabra, pensamiento y obra, me hace falta tu perdón, dame fuerzas para no caer, perdido en la tentación. Quiero ser hombre bueno para ayudar al desvalido, ser justo con mis semejantes, por eso deseo tu presencia, conmigo en todo instante. Señor... por favor te pido, salud para todos los míos, mejores beneficios en el trabajo, que pueda más dinero yo ganar y, que no falte nada nunca en mi hogar.
De pronto, al recinto penetró una mujer de humilde condición con lágrimas en los ojos y, cubriendo a un niño entre sus brazos, junto a mí, se postró de hinojos. Diosito, dame pan para mis hijos ya vez no tenemos para comer... tengo a Juanito enfermito, anda... dame lo que te estoy pidiendo... anda Dios... no seas malito. No tengo padre ni madre, ahora, mi viejo... hummmm, el desobligado hace mucho que se fue, por eso te vengo a ver y, tú lo sabes... con mucha fe. Tan escaso el trabajo, el jacal, se me viene pa’ bajo, mis animalitos, pos... están muriendo y ¿yo?, ya vez lo pobre que estoy que, de hambre me estoy cayendo. No te enojes conmigo... total, si no vengo a verte pos... es que no puedo, pero ahí en mi jacalito te tengo, y bien que lo sabes, como te quiero. Ayúdame Diosito, aunque sea de sirvienta quiero trabajar... no seas así, mira... de lo que gane, te compraré florecitas, una veladora “ansina” de grandota y una caja de velitas. O... ¿qué quieres?... que ande rodando así como así por toda la ciudad... ¿pa que los hombres me confundan? No, no... soy pobre pero decente y no de esas mujeres que abundan. Qué pasó... ¿sí?, al Miguelito te lo llevaste, la Juana, Pepe y la Lucha no tienen ropa ni zapatitos, ya he sufrido bastante, anda... ayúdame a ganar unos pesitos. Gracias Diosito... ya te reíste, sé que me vas a ayudar, gracias....cumples conmigo ¿eh? mira....no te vayas a olvidar porque me enojaré contigo. La mujer se santiguó e hizo una reverencia, apresuradamente se levantó y con pasos ligeros, la iglesia abandonó.
En ese instante pensé el egoísmo que había en mí al pedir algo que me sobraba y al ver de frente al Señor, sentí que me avergonzaba. ¡Dios mío! que insensato he sido, por favor suplico tu perdón al reconocer mi gran error y, te ruego escuches a esa mujer, su implorante petición. Para mí es insignificante lo que ella quiere, por tal razón, te suplico no me concedas lo que te he pedido y, ¡por favor!.... dáselo a ella.


No hay comentarios:

Publicar un comentario