martes, 21 de junio de 2011

BUSQUEMOS LA RECONCILIACION

La reconciliación es un elemento necesario para la convivencia humana y significa recuperar o reconstruir lo que se rompe en pedazos o se daña. Reconciliación implica volver a empezar una relación más profunda y restablecer con fundamentos más sólidos lo que se está desmoronando. Significa volver a construir un puente que conduzca a una mejor relación entre dos o más personas.
La criatura o el hombre viejo ve todo distorsionado desde sus prejuicios o formas negativas de apreciar las cosas que otros provocan en su vida, por interés o manipulación mental, desde el día que nacen y que definitivamente condicionan su manera de actuar. Desde muy pequeñitos nos acostumbran a señalar a otros y a ser jueces, porque también nuestros papás y abuelos fueron educados de esa manera. Desde niños nos acostumbramos a acusar a nuestros hermanos o amiguitos para protegernos, manipulando la verdad para evadir castigo sin importarnos que lo reciba otro. Cada vez que acusamos a alguien, nos constituimos en los buenos, santos e inmaculados.
Todo el mundo tiene cosas feas y malas, pero rápidamente y sin medir las consecuencias levantamos el dedo para señalar y acusar a los demás. Pasamos por la vida inmaculados e intachables, creyendo que somos los únicos perfectos, y esto es muy peligroso. Al convertirnos en jueces, creemos que todos los demás merecen enfrentar nuestra justicia y seguimos por la vida señalando culpabilidades.
A Satanás le conviene que existan enfrentamientos, encontronazos, crímenes, batallas y guerras, para que el Reino de Dios no se manifieste. El Señor no quiere un mundo así.
Cristo Jesús es el único que puede romper el muro que divide, aparta y margina a los seres humanos, y causa que se enfrenten unos a otros, convirtiéndose en rivales. Cristo Jesús vino a eliminar la división y la intriga que nos divide y tanto daño nos hace dentro de nuestras familias. Cristo vino a romper el muro que nos divide en castas sociales y en razas; que nos divide, muchas veces de manera fanática, a nivel político dentro de la vida nacional. Jesús vino para que volviéramos a nacer y nos convirtiéramos en criaturas nuevas. Para poder volver a nacer tenemos que ver las cosas de una manera diferente. El Espíritu Santo nos proporciona esa manera nueva de ver las cosas y, sobre todo, a las personas.
El Reino de Dios es un mundo de personas reconciliadas, solidarias y en armonía, que respetan la dignidad humana y pueden dialogar. Es un mundo donde podemos convivir, comunicarnos y entendernos; un mundo donde hay justicia social, nos sintamos verdaderamente hermanos y nadie pase hambre física ni de amor. El Señor quiere un mundo donde Cristo Jesús reine y se viva la fraternidad.
Escucha mi hermano, para que el Reino de Dios se haga presente en nuestra vida, necesitamos reconciliarnos con el Señor. Nadie puede reconciliarse con su hermano si no está previamente reconciliado con Dios. La fuente del amor, la comprensión, la generosidad y la paz es Dios, nuestro Señor. El amor de Dios brota como un ojo de agua que derrama el agua cristalina a borbotones, llevando un caudal impresionante y convirtiéndose en un río majestuoso. Si queremos vivir reconciliados con los demás, reconciliémonos con Dios. Caigamos de rodillas ante el Señor y pidamos perdón por nuestros pecados, para que El arranque de raíz el mal y las sombras que hay en nuestra vida y con Su poder y Su fuerza rompan las cadenas que nos atan al pecado. Reconciliados con el Señor, puestos de rodillas ante El, recibiendo esa paz que solamente El nos puede dar, esa paz que es el mismo Dios, podemos levantarnos y abrir los brazos para acoger a nuestros hermanos. No puede existir reconciliación con los demás si no existe una previa reconciliación con Dios. Cristo es el camino, la verdad y la vida. El nos conduce a un Padre amoroso que está siempre esperándonos para reconciliarnos.


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