martes, 21 de junio de 2011

ABRAZO DE OSO

Alberto, era un hombre joven
cuyo hijo había nacido recientemente
y era la primera vez que sentía la experiencia de ser papá.
En su corazón reinaban la alegría
y los sentimientos de amor
brotaban a raudales dentro de su ser.
Un buen día le dieron ganas
de entrar en contacto con la naturaleza,
pues a partir del nacimiento de su bebé,
todo lo veía hermoso y aún el ruido de una hoja al caer
le sonaba a notas musicales.
Así fue que decidió ir a un bosque;
quería oír el canto de los pájaros
y disfrutar toda la belleza.
Caminaba plácidamente
respirando la humedad que hay en estos lugares,
cuando de repente vio posada en una rama un águila
que lo sorprendió por la belleza de su plumaje.
El águila también había tenido la alegría
de recibir a sus polluelos y tenía como objetivo
llegar hasta el río más cercano,
capturar un pez y llevarlo a su nido como alimento;
pues significaba una responsabilidad muy grande
criar y formar a sus aguiluchos
para enfrentar los retos que la vida ofrece.
El águila, al notar la presencia de Alberto,
lo miró fijamente y le preguntó:
"¿Adónde te diriges buen hombre?,
veo en tus ojos la alegría."
Por lo que Alberto le contestó:
"Es que ha nacido mi hijo y he venido al bosque
a disfrutar, pero me siento un poco confundido."
El águila insistió:
"Oye, ¿y qué piensas hacer con tu hijo?"
Alberto le contesto:
"Ah, pues ahora y desde ahora,
siempre lo voy a proteger,
le daré de comer y jamás permitiré que pase frío.
Yo me encargaré de que tenga todo lo que necesite
y día con día yo seré quien lo cubra
de las inclemencias del tiempo,
lo defenderé de los enemigos que pueda tener
y nunca dejaré que pase situaciones difíciles.
No permitiré que mi hijo
pase necesidades como yo las pasé,
nunca dejaré que eso suceda,
porque para eso estoy aquí,
para que él nunca se esfuerce por nada."
Y para finalizar agregó:
"Yo como su padre, seré fuerte como un oso
y con la potencia de mis brazos lo rodearé,
lo abrazaré y nunca dejaré
que nada ni nadie lo perturbe."
El águila no salía de su asombro,
atónita lo escuchaba
y no daba crédito a lo que había oído.
Entonces, respirando muy hondo
y sacudiendo su enorme plumaje,
lo miró fijamente y dijo:
"Escúchame bien buen hombre.
Cuando recibí el mandato de la naturaleza
para empollar a mis hijos,
también recibí el mandato de construir mi nido;
un nido confortable, seguro,
a buen resguardo de los depredadores.
Pero también le he puesto ramas con muchas espinas,
¿y sabes por qué?
Porque aún cuando estas espinas
están cubiertas por plumas, algún día,
cuando mis polluelos hayan emplumado
y sean fuertes para volar,
haré desaparecer todo este confort
y ellos ya no podrán habitar sobre las espinas.
Eso les obligará a construir su propio nido.
Todo el valle será para ellos,
siempre y cuando realicen su propio esfuerzo
para conquistarlo con todo;
sus montañas, sus ríos llenos de peces
y praderas llenas de conejos.
Si yo los abrazara como un oso,
reprimiría sus aspiraciones
y deseos de ser ellos mismos;
destruiría irremisiblemente su individualidad
y haría de ellos individuos indolentes,
sin ánimo de luchar ni alegría de vivir.
Tarde que temprano lloraría mi error,
pues ver a mis aguiluchos convertidos
en ridículos representantes de su especie
me llenaría de remordimiento y gran vergüenza;
pues tendría que cosechar
la impertinencia de mis actos,
viendo a mi descendencia imposibilitada
para tener sus propios triunfos, fracasos y errores,
porque yo quise resolver todos sus problemas."
"Yo, amigo mío, -continuó el águila-,
podría jurarte que después de Dios
he de amar a mis hijos por sobre todas las cosas,
pero también he de prometer
que nunca seré su cómplice
en la superficialidad de su inmadurez.
He de entender su juventud,
pero no participaré de sus excesos.
Me he de esmerar en conocer sus cualidades,
pero también sus defectos
y nunca permitiré que abusen de mí
en aras de este amor que les profeso."
El águila calló y Alberto no supo qué decir,
pues seguía confundido
y mientras entraba en una profunda reflexión;
ésta, con gran majestuosidad levantó el vuelo
y se perdió en el horizonte.
Alberto empezó a caminar
mientras miraba fijamente el follaje seco
disperso en el suelo,
sólo pensaba en lo equivocado que estaba
y el terrible error que iba a cometer
al darle a su hijo el abrazo del oso.
Reconfortado, siguió caminando.
Sólo pensaba en llegar a casa
para abrazar a su bebé,
pensando que abrazarlo sólo sería por segundos,
ya que el pequeño empezaba a tener la necesidad
de su propia libertad para mover piernas y brazos
sin que ningún oso protector se lo impidiera.
A partir de ese día, Alberto,
empezó a prepararse para ser el mejor de los padres.

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